30 de octubre de 2008

DESDE UN RINCON DE OTRA CIUDAD (desde lejos, sí se ve)

Otra ciudad. Otro lugar. Desde lo alto todo se ve diferente. Desde lejos todo se ve diferente.
Estoy en la capital o como decimos comúnmente los de mi ciudad: estoy en Buenos Aires.

Acá estoy, otra vez yo. Pero esta vez es diferente, no voy y vengo en el día, sino que estoy jugando a ser local. Por unos días, estaré en un pequeño mundo ajeno, un pedazo de edificio, llamado departamento o depto, en su versión más breve.
Estoy solo y hay mucho silencio. Subo y bajo cuando quiero. Voy del silencio al caos, de la soledad del departamento a la soledad en masa que tiene esta ciudad tan poblada, tan urbana, tan alocada, tan Buenos Aires..

Abajo está el movimiento típico de gran ciudad. Muchos autos, mucha gente, mucha propaganda, mucho mareo de los sentidos y sobre todo de la vista.

Desde aquí, desde lo alto, la ciudad, parece otra. Desde lejos sí se ve y se ve distinto. Como se ve distinta mi vida desde acá, desde Buenos Aires a unos tantos kilómetros de distancia. Aquí arriba sólo se oyen sonidos lejanos, de autos en movimiento, de bocinas... la vida urbana misma y sus sonidos. Por la ventana se cuelan algunos tangos, que vienen de las disquerías que están aquí abajo.

Yo escribo en soledad algo que leerán después los demás. Cada tanto me asomo a la ventana que está a mi derecha. El cielo está gris, gris calma, gris siesta.

De repente me viene un pensamiento: soy Martín, estoy escribiendo en una computadora prestada, en un departamento, en la Capital Federal. ¡Qué loco! Cuando era chico, Buenos Aires, era “el gran viaje”, y representaba para mí, tantas cosas. Viajar, recorrer distancias que parecían enormes e interminables; acá esperaban las novedades, los regalos que me compraría mi mamá, la ropa, los juguetes y todos los deseos de esa burbuja llamada niñez.. Recordando todos estos sentimientos de niño, me digo: no puedo creer estar escribiendo en Buenos Aires, en pleno corazón de esta loca, loca Capital.

Vuelvo a la realidad o mejor dicho a escribir, que es otra realidad, mi realidad. La ventana que esta a mi derecha recorta un pedazo del afuera y da la casualidad que quien está allí en la esquina es el mismísimo obelisco. Tampoco es algo de otro mundo, pero...la verdad da un poco de cosa escribir y tenerlo ahí mirándome como un gran hermano.

¿Vieron esos inmensos carteles de publicidad que se ven por la 9 de julio? En este momento veo la parte de atrás, con unos tipos que están haciendo mantenimiento. Jamás me pregunté quién se dedica a eso, ni cómo lo hace. Ni mucho menos cómo fue que esos carteles llegaron ahí para vendernos algo. Que sé yo, pienso: la empresa les paga y los tipos, están ahí, detrás del cartel, colgados. Los veo por la ventana y sin duda es una postal deslucida, fea; nadie quisiera sacarle una foto a este otro lado de la realidad. Es el otro lado de un súper cartel, de una empresa de hamburguesas.

Me prometí venir de visita, de paseo y no escribir ni una línea. Pero no aguanté estas ganas de contar, que como siempre, son más fuertes que yo.
Aunque suelo decir que no hace falta alejarse miles de kilómetros, para ver mejor las cosas, alejarse, hace bien. Uno mira la vida desde lejos, como una película, y puede sacar buenas conclusiones. Es como estar frente a un ropero, bien cerca y pensar que todo está en su lugar, pero cuando nos alejamos un poco descubrimos que algunas cosas no están donde deberían estar, o que es necesario mover algunas, reordenar, para que todo esté mejor.
Vuelvo a mirar hacia la ventana. Los tipos que estaban en el cartel ya se fueron. Y yo también me voy.
Cierro la ventana porque allá abajo, las calles esperan por mí.

(Escrito el 3 de octubre)

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