22 de septiembre de 2010

PRIMAVERA

Por fin, había llegado la primavera. El pequeño capullo había aguardado durante mucho tiempo aquel instante, y finalmente pudo desplegar sus pétalos al sol. Era el momento más esperado, el más importante, el de convertirse en flor. Se conmovió en cuanto comenzó a sentir por primera vez, los rayos del sol que se proyectaban sobre ella acariciándola, llenándola de luz. Y se sintió más feliz que nunca, bajo el sol radiante de septiembre.

El círculo luminoso de luz y calor, allá en lo alto, iba recuperando, poco a poco, su poder en la zona donde le había tocado nacer a este capullo. El planeta Tierra, en su acostumbrada rotación, había dejado, durante unos meses, que el invierno hiciese su fría tarea por esos parajes. Pero ya había cesado ese tiempo de rayos que llegaban débiles y había llegado la hora, en la que, una vez más, comenzaba a calentar de manera diferente al globo terráqueo, y su calor aumentaba día a día hasta la llegada del verano, estación en que se sentía su ardor con toda su fuerza.

La flor era de color blanco y de una belleza admirable. Atrás habían quedado los días de espera en el capullo. Estaba muy contenta, con el sabor de la misión cumplida, orgullosa de sí misma y sintiéndose única. Disfrutó mucho la felicidad de na-cer, aunque llegó un momento en el que se sintió sola; tan sola que se entristeció. Y así pasó toda una noche de primavera.

Al amanecer del día siguiente, su tristeza se esfumó. La angustia la había llevado a mirar a su alrededor para buscar algo que la hiciera feliz. Logró darse cuenta de que en realidad, no estaba tan sola. La primavera había llegado para todos, pero ella no sabía de la existencia de esos todos llamados los demás. Había nacido como una flor bella, bellísima, y ahora sabía que podía ser vista y admirada por el mundo. Y algo mucho mejor: ella también podría ver y admirar el mundo que la rodeaba y formaba parte de su vida de flor.
Lo primero que vio fue un parque inmenso y verde, muy verde. Después vio a muchos seres llamados personas; algunas estaban sentadas junto al lago y otras formaban grupos dispersos por allí. También vio algunas que pasaban caminando junto a ella. Charlaban, reían, cantaban. Y no se sintió tan sola como antes.

Su sorpresa mayor al notar que muy cerquita, había otras flores idénticas a ella. Se quedó observándolas detenidamente, muy asombrada mientras ellas hablaban entre sí.
Cuando se percataron de su existencia, cesaron de hablar y una a una se fueron girando para mirar a la nueva flor que había llegado al mundo, en aquel día de primavera.
–Sos una nueva margarita. ¡Bienvenida!– le dijeron las flores al unísono.
La nueva flor blanca no contestó. Se había quedado muda del asombro. No le gustó para nada la idea de no ser la única. Y para colmo se había dado cuenta de que formaba parte de una gran planta.
–¿Estás contenta, no?– le preguntaron insistentes, las otras margaritas, al ver que la nueva seguía en silencio. Y continuaron diciéndole:
–En primavera todas compartimos la alegría de nacer juntas.

La nueva flor fue integrándose de poco a la nueva realidad. Comenzó a hablar y, para el final del día, había olvidado su enojo. Le pareció hermoso compartir la primavera y saber que no estaba sola. Y se alegró mucho más cuando se enteró de que durante esa estación llamada primavera, miles de flores de toda la región compartían la alegría de nacer y mostrarse al mundo.

Mientras, en el parque, cientos de jóvenes celebraban la llegada de la primavera desbordantes de alegría. Y más allá del parque, en la ciudad, miles de personas celebraban, de alguna manera, la llegada de la estación de las flores y el color.

Durante la tarde la planta de margarita, le contó a sus flores, cuánto le había costado reverdecer.
–Fue un invierno crudísimo… me salvé de milagro.
Y les explicó que lo más importante estaba en las raíces fuertes que ella tenía, que sin ellas no estarían allí, adornando el parque. Ni la más cruda helada, ni el más fuerte de los vientos habían podido con ella. Y allí estaba, nuevamente verde, llena de flores, renaciendo con la primavera. Porque a pesar de todo lo vivido, era posible reverdecer.

¡Eran tan importantes las raíces, aunque no se vieran y estuvieran ocultas! Por eso entre todas las flores y la planta, le hicieron una gran reverencia y gritaron su agradecimiento a las raíces que estaban allí, debajo de la tierra.

La nueva flor estaba muy sorprendida.
¡Cuánto había aprendido ese día! ¡Cuánto había crecido! ¡Florecer no había dependido sólo de ella! Al compartir con las demás y con su hermosa planta pudo entenderse así misma, incluso había descubierto una gran cosa: ya no era una flor blanca, simplemente. Ahora sabía que era de la especie de las margaritas y eso la llenaba de orgullo.

–¡Jamás hubiera sabido quien soy sin ustedes!– les dijo a las demás flores, muy pero muy entusiasmada.

En el parque, los jóvenes seguían celebrando la llegada de la primavera.
Cantaban, escuchaban música, y bailaban sin parar. Y las flores de la región celebraban alegres su nacimiento al mundo, con todo su esplendor. Y en ese mismo instante, una joven mujer salía a su balcón a apreciar sus plantas reverdecidas y llenas de flores, y en ese mismo instante un hombre regaba su jardín florido, y sonreía en su jardín reverdecido. Y en ese mismo instante, un niño se maravillaba, sintiendo por primera vez el aroma de una rosa.
Los días de invierno, de frío, de quietud, de descanso y refugio, habían quedado atrás. El sol sonreía luminoso en el cielo sin nubes, deslumbrado por los colores que las flores le daban al mundo. ¡Cómo no iba a sonreír y a ser feliz! ¡Era testigo de una explosión mágica de color! Todos lo vieron ese día… El sol sonrió más luminoso que nunca porque, por fin, había llegado la primavera.

PERIÓDICO DIÁLOGO. Mensual gratuito. Año XVII. Nº 193. Septiembre 2010. Capital Federal.

12 de septiembre de 2010

SEÑALES EN EL CAMINO

Las señales siempre están, existen, a pesar de que la mayoría de las veces no les prestemos atención o de que las pasemos por alto. Con esa oración inicial mi columna de este mes parece hacer referencia a la seguridad vial o a nuestra actitud ante las señales de tránsito. Pero no es así.
En esta ocasión quiero hablarles de las otras señales, esas que también avisan, indican y van marcando un camino, una ruta llamada vida.
En un momento de mi vida aprendí que Dios nos habla, y que envía señales todo el tiempo para indicarnos su presencia. Esto no quiere decir que tenemos que estar esperando señales todo el tiempo y pensando cada cosa como si tuviera un significado oculto, pero si, estar atentos a lo que nos pasa. Dios nos habla a través de esas cosas que parecen sucedernos porque sí, y también, y sobre todo, a través de las personas que nos rodean.
A veces no entendemos el porqué o no encontramos explicación a cada cosa que nos ocurre. Pero todo tiene un porqué, tanto lo bueno como lo malo que vivimos. He comprobado que incluso, hasta los sufrimientos, tienen una explicación y siempre termina resultando para mejor. Porque Dios quiere siempre lo mejor para nosotros.
Por supuesto, somos seres limitados, y excede nuestra capacidad el saber leer o interpretar esas señales en el momento en que nos llegan. La mayoría de las veces estamos desatentos, entretenidos en nuestro vivir diario u ocupados, sin darnos un tiempo para pensar qué es lo que van marcando esas señales en nuestro camino.
Por ejemplo, el que yo esté hablando de este tema no es casualidad; recibí algunas señales que supe descifrar a tiempo. Y el que estés leyéndolo tampoco es casualidad. Nada sucede porque sí.
Lo primero que me sucedió fue que, a través de varias personas, me llegó una idea repetida: que las enfermedades no son simplemente enfermedades sino que también son señales de nuestro cuerpo para avisarnos que algo anda mal o que algo estamos haciendo mal. A partir de allí, comencé a tomar a las enfermedades como un aviso. Ante la enfermedad tendemos a buscar el remedio y punto, pero no a preguntarnos el porqué de esa enfermedad. Si bien algunas no podemos controlarlas ni saber sus causas, en su mayoría están provocadas, lamentablemente, por nosotros mismos.
Descifrando las señales que nos da nuestro cuerpo podremos saber si llevamos o no una buena vida. Y a partir de eso podemos repensar nuestro modo de vivir.
Otra cosa que me sucedió fue pensar a los silencios o las ausencias como señales. Muchas veces ocurre que nos enojamos con la gente que parece no expresar nada, tildándolos de fríos, pero hay algo en esos silencios por descifrar. Y también las ausencias comunican algo. Nadie calla ni desaparece porque sí. Seguramente nos dio alguna señal con anticipación y no nos supimos darnos cuenta.
Por supuesto también están las señales de las personas que nos rodean, dándonos muestras diarias de amor y cariño, señales constantes que indican que nos quieren mucho y que dicen “aquí estoy, a tu lado, acompañándote”.
Luego de incorporar esa noción de enfermedad como señal o aviso, tuve que afrontar un momento personal y familiar muy difícil. Cuando todo pasó, entendí el porqué de todo eso que atravesé y atravesamos, y llegué a darme cuenta que realmente tuvo un significado. Y aprendí algo que dejó huella para siempre.
Las pruebas o momentos duros de nuestra vida, casi extinguen nuestras fuerzas, parecen vencernos, pero finalmente las superamos, tomando conciencia de que llegaron en el momento justo, para señalarnos y enseñarnos algo valioso.
Las señales en el camino de la vida no están colgadas en carteles o en lugares obvios y resaltadas para que las veamos a simple vista. Nos sorprenden y llegan en el lugar y el momento menos pensados y sólo hay que estar con los ojos bien abiertos y el corazón bien dispuesto para recibirlas.

Hace poco, viví algo mágico, algo increíble. Durante esos días duros que pasé, volvía caminando y angustiado bajo el cielo de una noche fría. Jamás había visto algo así, aunque para algunos es algo común. Miré hacia un árbol gigante que hay cerca de mi casa. Llamó mi atención porque lo habían podado totalmente y sin querer, en ese instante vi una estrella fugaz cruzando el cielo. ¡Me emocioné tanto! Esa estrella me sacó de mí, de mis pensamientos y de mi angustia y me hizo sentir que la magia aún es posible y que una luz siempre brilla para nosotros.

Suelo pensar que nuestra vida ya está escrita y que si bien la podemos modificar con nuestras acciones y decisiones, Dios sabe en qué momento sucederá cada cosa, con un porqué que Él, sabe muy, pero muy bien. Porque Dios, el autor de todo lo creado, tiene escrito el libro de nuestra vida y lo sabe de memoria.

Las señales están para ayudarnos a distinguir una cosa de otra. Mientras escribo esto, recuerdo un día, en el que estaba repartiendo volantes de mis libros, entre una gran muchedumbre. Y de repente me senté, muy cansado, en un banquito, y pensé: No sé si esto que estoy haciendo valdrá la pena. Y en ese instante se acercó una señora que me sorprendió diciéndome: - “Qué lindo volante me diste, me gusta mucho lo que dice, seguí así, adelante, que te va a ir muy bien”. Después de eso me saludó y se fue sin que pudiera decir más que, gracias. Me quedé paralizado ante semejante señal.
Y también puedo contarles que, antes de comenzar a escribir esto, me llegó un mail bajo el título: “nadie se cruza por casualidad” y dice, entre otras cosas, que por algo llegan algunas personas a nuestras vidas, que por algo permanecen y que por algo en algún momento se van.
Está todo dicho. Aquí pongo una señal que dice FIN. Atento a las señales en tu camino. Paso a paso, descifrándolas encontrarás muchas respuestas. Y encontrar respuestas te traerá felicidad. ¡Hasta la próxima señal!

(Columna del mes de Julio 2010 en el Periódico Diálogo)