29 de abril de 2008

FIN DE LA NOCHE

Seis y media nos vamos, afuera está terrible, no se ve nada. Nos vamos antes, así buscamos remis, me dijo.
Era cierto, afuera, no se veía un pomo y no se sabía si era humo o niebla. Una locura, una ficción, pensé. Si de chico alguien me hubiera contado que viviría con humo por las calles de mi ciudad me hubiera reído a carcajadas o maravillado con semejante ocurrencia.
El anuncio “seis y media nos vamos”, me bajó a la realidad. Me marcó una hora en esa especie de noche eterna que decido vivir a veces: eterna en el sentido de no querer pensar en el final.
Hace años que dejé de llevar reloj los sábados a la noche: tal vez porque no quiero que algo me marque las horas en esos instantes, tan libremente únicos y únicamente libres. O quizá porque me da más libertad andar sin reloj, o quizá porque el celular también marca la hora y de última, también sirve para eso.
Miré alrededor. Los cuerpos se movían sin parar al ritmo de la música electrónica, acompañando con las cabezas, con las manos, con los pies, con movimientos repetidos, un tanto rígidos y robóticos, pero intensos, sentidos, que nacen desde adentro del... ¿alma?.
Entonces... si nos vamos en un rato... me voy a dar una última vuelta por la pista de abajo, -les dije- y me fui a la pista en la que pasan de todo (musicalmente hablando, porque en el boliche -seamos sinceros- pasa de todo en todos lados).
Atravesé la puerta de vidrio de la pista electro y bajé las escaleras. ...Cómo suena... escuchá... escuchá..Tunch Tunch Tunch Tunch, o Punchi Punchi Punchi, la verdad no sé cómo transmitir en palabras (sepan disculpar), el sonido de la música electrónica que a esa hora está que explota.
Voy bajando las escaleras metálicas y la música de la pista de abajo va llegando a mis oídos y se va mezclando con la electrónica que dejé atrás. Experimento esos segundos en que no sé qué bien que escucho, hasta que llego a la pista y el cuerpo y los oídos se aclimatan al cambio.
Finalmente abajo, pido algo para tomar y me dedico a mirar desde la barra, tranquilo. Basta de dar vueltas, ya bailé mucho, ya charlé mucho, ya saludé mucho, ya estuve con ella, todo tiene un sabor a perfección.
Ahí estaba, vaso en mano, disfrutando un instante para mí sólo, pero a la vez rodeado de gente que baila, de parejas que se van formando, de otras ya formadas que se van, de solos y solas que se van retirando porque la noche está terminada, y yo.. 6.30... mmm ni loco me voy, me quedo, alguien voy a encontrar, y si no, la aventura de navegar solo a esas horas por el mar de gente.
Me colgué un rato que pareció largo, ahí en la barra, y mientras observaba, pasaron mis amigos, los que se iban 6.30. Los seguí hasta el guardarropa pero no muy convencido con irme: me voy, me quedo, me voy, me quedo. Yo me quedo, largué finalmente. A lo que recibí un Ok,¡nos vemos!, acompañado de un gesto de saludo y despedida.
Empecé a caminar solo, y disfruté eso de andar por ahí unos segundos hasta que me llegó un mensaje nuevo: Estoy abajo cerca del DJ.
Lo que siguió fue que de ser uno pasamos a ser tres, tres en la pista. Miro para allá y por esas cosas de la vida, había tres, tres minas, tres amigas. Somos tres son tres, la cuenta daba redonda.
Una no paraba de flashear, sacando fotos con su cámara digital. Se decían cosas al oído, se reían, hacían poses de divas, jugaban a hacer gestos con sus caras. A una la conozco de antes, de un campamento, un verano... allá lejos.
De ahí fuimos a parar al bafle. Alguien tiró la idea y a mi me costó mucho decidirme: unos cinco segundos más o menos.
Aclaro que el bafle, para los que ya andan pensando cualquier cosa, es amplio y con escaleras al costado; es una especie de escenario con sillones, así que nada de imaginar que éramos seis en un bafle chico, haciendo papelones. (Bueh... tal vez si hacíamos papelones, pero que nos divertimos, nos divertimos).

La noche aún no terminaba. O sí. Depende de como se la mire. Afuera ya había amanecido hace rato: para el diariero que andaba por la calle, era la mañana, para la señora que salió a barrer la vereda, también; para aquella persona que va a trabajar a esas horas, también. Pero para mí no.
Mi mañana será cuando me levante mañana, mejor dicho hoy. Y la noche terminará cuando llegue a mi casa, muerto de tanto baile, tome un poco de agua, me saque la ropa, me meta en la cama y cierre los ojos.
A dormir. aaal fiiin laaaa caaaama. Imágenes mentales con lo mejor de la noche vivida. Un silbido en los oídos. Pedazos de temas musicales que suenan en la cabeza. La cara de alguna chica que vi y me gustó. Cansancio en el cuerpo. Síntomas post- boliche.
La noche vino a despedirse y me dijo: Esto es todo amigo. Y acto seguido, me entregué al país de los sueños, donde también, pasa de todo. Martín is off-line. Fin de la noche.

24 de abril de 2008

MUNDO BAR – MUNDO PISTA

Noche de sábado en San Nicolás. El humo era el tema de la semana y no precisamente el del cigarrillo. Humo por doquier, humo molesto, de unos campos que se queman por acá cerca. Tal vez sirva no pensar tanto, distraernos con otra cosa y pilotearla hasta que vuelva el aire limpio. O si no queda quejarnos, rezongar, putear o masoquearnos mirando por TV, como el humo va y viene, pero no se va.

El bar designado para la previa queda en Nación y Maipú. No sé quien eligió, porque nunca se sabe quien termina decidiendo sobre los destinos, en esa cadena de SMS que se inicia con un Q hacemos esta noch? o Vamos a... t sumás? o un corto y breve, salís?.

Llegué una hora más tarde. “Tenemos dos coches disponibles, ya va para allá” me habían dicho, y hasta que llegó el remis tuve que esperar como unos 4O minutitos. Pero no me importa nada: hoy es sábado a la noche.

Cuando llegué, el mundo de la mesa ya estaba armado. Siete, conmigo. Hubo que agrandar el mundo para que yo pudiera entrar, así que arrimamos una mesa más.

Pasó la previa, así de rápido como tardaron en agotarse el gancia, la cerveza, la sprite y los queridos y ya conocidos Sanmartines con maní y soda. La chica del anillo copado y remera con letras raras (árabes creo) no tomó nada. Andaba desconcentrada y le dije que tenía cara de mal de amores.

En fin alguien tenía que desarmar el mundo para armar el que venía y dijo: che, ¿vamos?, una especie de pregunta que en realidad es una orden y alguien tiene que hacerla porque si bien el boliche nos espera, también es cierto que arranca igual sin nosotros.

Sí, sí dale, contesta alguien y al instante comenzamos a pararnos uno a uno, enfilando hacia la puerta, para dejar atrás la mesa-mundo del Bar del Teatro, que César, el mozo- el “traedor de Sanmartines con maní” como lo bauticé-, dejará limpita para el nuevo aterrizaje de visitantes.

Esta vez no vamos en remis hasta el boliche. P. nos lleva... ¡qué grande P.!. Hay que tener aguante, -pienso- llevarnos hasta ELEVEN (el boliche), dejarnos en la puerta e irse a dormir. Yo no podría - pienso. P. vendría a ser una especie de San Pedro con las llaves del reino, pero en este caso en lugar de las llaves, tiene la camioneta, que nos lleva al reino de la música, la gente, los tragos, las luces y la diversión.

En la puerta del Bar uno se despide y quedamos seis. Nos dividimos en dos mundos: los que vamos atrás, en la cúpula de la camioneta, y los que van adelante.

Llegar a ELEVEN, bajar de la camioneta, despedir a P., sacar el DNI, pagar 15$ o 10$ depende el sexo que te haya tocado. Macho, dijo la partera, o ¡es una nena! y cuando sea grande va a pagar menos en el boliche.

No podés! Qué garrón! Y ahora?Qué hacemos? No te lo puedo creer!...En el aire aún se sentían los ecos del sábado anterior, donde nos habían cortado las piernas, cortando la música y prendiendo las luces. Policía. Clausura. Chau. Y ahora que hace uno con toda la ilusión que tiene. Era como si te robaran los regalos de tu cumpleaños antes de que los pudieras abrir. Y bueh, no queda otra, llenemos la desazón con algún otro lugar o vayámonos a dormir. Y esperar la otra oportunidad, o sea al sábado próximo, o sea ese que estábamos viviendo.

Ese sábado se disfrutaría doble, porque era el sábado post-clausura. Mejor dicho el sábado que pasó lo disfrutamos doble, porque ya pasó, porque es domingo, cuando escribo esto.

Pasamos por una pista, que es como un quincho. Acá no paramos, dijimos, como si fuéramos en un subte, esperando nuestra estación. Subimos una escalera, pasamos por un balcón. Desde ahí arriba un hermoso paisaje de humo y una luna que se asomaba burlona, porque claro a ella no le importaba el humo y seguía brillando. Y la verdad a mi tampoco, a nosotros tampoco, porque es o era Sábado a la Noche (así con mayúscula).

Acá bajamos. Estación THE CUBE o EL CUBO, para los que no saben inglés. Queda arriba, allá, una pista con paredes de vidrio que vibran y se la bancan toda la noche. Música electrónica. Si te gusta, sabés de que te hablo.

Armamos la ronda, copar la pista, mover los cuerpos libremente, bailar, cada uno con su toque personal, con su estilo, con sus ganas, con su energía. Cuando llegamos al Cubo muchos ya estaban poseídos por la música.

Cambiadas las consumiciones, tragos en mano, ahora solo resta dejarse llevar, porque ya aterrizamos en este nuevo mundo que es la pista de baile. Dejarnos llevar por la música, entregarnos al juego de las miradas, a los saludos, al roce de los cuerpos.
La suerte está echada, las cartas jugadas. Dejemos que las cosas sucedan, que la noche se construya sola, que las historias se tejan y mañana (que es hoy) tal vez la pueda contar.

Es domingo cuando escribo esto. Es domingo cuando mi amigo M. elige una imagen para su fotolog y escribe: Se va el finde, pero otro vendráaaa ¡juazz! ¡Así que mientras tanto sean felices!!

19 de abril de 2008

ESCRITO EN EL SILENCIO

La noche.La casa. El silencio. Yo

A veces malo, a veces bueno. A veces nada, simplemente silencio. Muchas veces lo evito porque no quiero encontrarme, ni escuchar mi voz interior.

Silencio. Tictac del reloj, que me relaja o me tortura.

¡Silencio! ¡Llamate al silencio! ¡Por qué no te callás! ¡Callate la boca!

Silencio, para escuchar algo concreto. Silencio, inadmisible, bache de TV. Silencio paz interior. Silencio noche bajo la luna. Silencio de muerte, fin de las palabras, aliento extinguido.
Silencio de los que callan y otorgan, silencio de los inocentes, ¡si-len-cioooooo! de la maestra de segundo grado. Silencio de hospital, de velorio, de cementerio.

El minuto de silencio, respeto por alguien que se fue. Un minuto de silencio para .... que está muerto! E a E a E a E a E a E a E a ¡EH!, canta la hinchada. Silencio del Mundial que perdimos cuando... ¡estaba para ganarlo!
Silencio de los grandes cuando los chicos hacen preguntas inadecuadas. Silencio de domingo a la mañana. Silencio doloroso, el de la soledad. Silencio del amor perdido.

Necesito silencio... necesito mi espacio... Basta de silencio, me aburre...

Soy yo y el silencio o soy yo en el silencio. Tal vez lo esté rompiendo con estas palabras que escribo. Porque escribir es hablar por escrito.

Las historias, por más que las busque, llegan solas, como el amor. A veces de día, a veces de noche... a veces en silencio.

Fue el silencio el que vino y me dijo, Escribí esto... Me lo susurró al oído. Y no tuve otra opción, que hacerle caso.

Me trajo recuerdos, historias, músicas, voces... Y así como vino, se fue. Y quedamos, la Noche, La Casa y Yo.

14 de abril de 2008

LA HISTORIA DETRÁS

Hoy es domingo. Mis domingos son tranquis. Miro por la ventana de la habitación donde tengo el escritorio, la biblioteca, la computadora y veo un cielo gris. A esto de ser domingo y estar cansado, se le suma el cielo gris y una temperatura que bajó de golpe, avisando que el verano 08 ya se fue a dormir.

Dormí la siesta. Por la noche de anoche, el cuerpo me pidió siesta. Horas después, me desperté, miré el techo y anduve divagando.

Me pregunté entre otras cosas, en qué he cambiado: – en muchas cosas cambié, en muchas otras sigo igual.

Si hay algo que aprendí, es a dejar de juzgar sin saber . Aprendí a no cerrarme al otro que es diferente a mí, y tratar de comprenderlo antes de prejuzgarlo o tratarlo como si fuera un loco.

Mucho hablar por hablar. En esta ciudad hay mucho de eso. “La gente habla al pedo quieras o no”. “La gente que no tiene nada que hacer, critica”. “Porqué no se miran un poco ellos”. “Somos una ciudad con alma de pueblo”. “Pueblo chico infierno grande”.

En fin, amores y odios despierta San Nicolás. Pero es mi ciudad y a pesar de todo lo malo que tenga la quiero así. Ya no la critico tanto porque empecé a entenderla y tal vez pueda cambiar algo desde mi humilde existencia.

La cosa es que hoy, desde mi cama, mientras miraba el techo, me di cuenta que desde que dejé de prejuzgar me siento mejor y entendí esa frase armada que dice: Cada uno es como es. Yo agregaría: POR ALGO ES COMO ES.

En mi escritorio hay de todo. Entre ese todo se asoma mi segundo libro. Lo miro fijamente y me dice que algo hay en él que tiene que ver con esto que estoy escribiendo en el blog.

Voy hacia él y releo.

LA HISTORIA DETRAS

Me miro al espejo y veo una imagen,
es el reflejo de mi Yo.
¿Puedo juzgar a ese que veo?
¿Puedo juzgarme a mí mismo?
¿Quién soy realmente?
Quisiera poder cumplir con la compleja tarea de definirme.
Poder expresar en palabras, lo que hay detrás de esa máscara llamada rostro.
Detrás de ese rostro que veo, debajo de esa piel, por el torrente de sangre que gota a gota recorre mis venas, allí, en lo profundo, hay una historia.
Hay porqués, hay preguntas respondidas y otras aún sin responder.
Hay miedos y seguridades, alegrías y pesares, tormenta y calma, agobio y esperanza.
Soy cuerpo y alma.
Soy ser y humano
Soy vista y soy tacto
Soy gusto, olfato y oído.
El mundo es aquello que soy, que pienso, que capto.
Soy tu mundo y tú eres mi mundo
¿Qué puedo hallar en lo profundo de ese que está en el espejo?
Ese Yo reflejado tiene algo que contar.
Es un manojo de experiencias vividas, que aguarda otras nuevas por llegar.
Tengo una historia que contar.
Por eso cuando me encuentre contigo,
intentaré entenderte, oír la historia que tienes para mí; TU historia. Trataré de no prejuzgarte, de no hacerte a un lado sólo por tu apariencia
o por tus actitudes.
Te miraré a los ojos, e intentaré descubrir tu esencia.
Juntos responderemos los porqués, cruzando nuestras igualdades y nuestras diferencias.
Intercambiando posturas, modos de ver, valores, miedos, caídas, fortalezas, alegrías.
En este escenario de la vida quiero conocer tu versión, tu realidad,
aquella que te toca vivir hoy y ahora.
Celebraremos el encuentro, si se da.
O de lo contrario dejaré que sigas tu camino, deseándote lo mejor.

En “CUENTOS CON MIRADA JOVEN”, Editorial San Pablo. Martín Gozdziewski (Yo)


En fin, en este domingo, pienso entre otras cosas, que hay cosas más interesantes que perder el tiempo criticando. Cuando quiero juzgar a alguien, pienso antes, que hay una historia detrás.

Sólo se trata de querer comprender.

12 de abril de 2008

NOCHE DE SANMARTÍN

San Nicolás de los Arroyos. Nación y Maipú. Bar del Teatro. Cada familia es un mundo y cada mundo es una mesa del Bar del Teatro. Es noche de viernes para mí, porque salí de mi casa cuando era viernes, aunque para ser preciso, es una madrugada de sábado recién estrenada.

Un Sanmartín... dos... tres... no.. cuatro. Cuatro Sanmartín, repite César en voz alta, quien a esas horas ya no es más el mozo del bar y se ha transformado en el traedor de sanmartines con maní.

Acabo de darme cuenta de que mi nombre forma parte de un trago. Igual, estoy seguro que no me lo dedicaron a mí o a los Martines de la ciudad, sino en homenaje -quiero creer- al General. Me pregunto si el padre de la patria imaginaba cuando cruzaba Los Andes, que tanta gente lo iba a nombrar o que iba a lograr ser el prócer inmortalizado con trago propio. Y mucho menos que nos lo íbamos a tomar así, en un vaso trago largo de vidrio, en un bar.

Nadie sabe - o todos creen saberla, pero no con exactitud- la fórmula secreta de este trago que se puede tomar en el Bar del Teatro, que está pegado al Teatro Municipal.

Somos cuatro en la mesa. Las fotos de gente famosa enmarcadas, colgadas en la pared, nos miran. El techo color bordó, (color borgoña dijo ella) es testigo superior de esos mundos que están en las mesas.
Ella es G. Nos cuenta que el otro día le quisieron robar en Rosario, por la calle. “Mi vida es como mi pelo”, dijo ella, mientras nos regala una sonrisa y se toca la melena loca, a veces incontrolable y siempre llena de rulos.

Todos decimos ¡NOOOOOOOO!, cuando nos cuenta que quiere cortarse el flequillo recto.
Hablamos de todo y la vez de nada, tema va, tema viene, la política, la religión, las salidas, la vida... somos psicólogos, somos filósofos, somos libres, somos jóvenes, somos amigos...

M. también está sentado a la mesa: despliega todo su arte electrónico y entre tema y tema se cuelan las palabras de su pasión: Southfest, Samc, Cream...

¡Vamos a Chile el año que viene! dice ella. M. la mira levanta el Sanmartín y brindan por eso. Luego me miran y me dicen que este año me tengo que sumar en alguna fiesta electrónica, y que después escriba lo que quiera.

El otro no sé como se llama, pero tiene buena onda y no para de hablar. Es de Rosario, de San Lorenzo, y de San Nicolás. G. nos dice que es un amigazo y entonces ahí estamos los cuatro con los sanmartines en el medio que se van vaciando y pedimos otro.

El amigazo de G. se va, me dijo que tendría que haber sido psicólogo y no haber hecho las otras carreras que eligió. Lo dijo y nos contó la cantidad de anécdotas en las que la gente le contó cosas y le pidió consejos y supo dar en la tecla.

Yo conté un poco sobre mi antes y mi ahora, mientras pensaba en escribir sobre esto. También les hable de la rubia.

Ella se cruzó al kiosco a comprar puchos. M. se fue al baño y yo me quedé sólo mirando los distintos mundos de las mesas. Algunas caras son conocidas, en esta ciudad nos conocemos todos, dicen... Desde una mesa que está cerca de la barra, alguien, -una mujer- me saluda y me dice, algún día deberías escribir mi vida. La conozco, vive cerca de mi casa.

Miramos el reloj y fuimos en busca de un poco de ruido, para terminar la noche. Afuera había refrescado bastante y el otoño nos decía, hola, acá estoy. Pero yo extraño el verano.

El reloj del bar del teatro estaba adelantado una hora... parece que no se enteró que hace unos días, no sé cuántos, atrasamos una hora
y volvimos al horario de antes. O tal vez sí, se enteró, y no hizo caso... porque no importa la hora en la tierra de los sanmartines y de mesas que son mundos.

Nos fuimos. El techo del bar se reía, de tanta locura progresiva y de tantos sanmartines vacíos.