28 de junio de 2009

UN VIAJE INOLVIDABLE (Todo vuelve a empezar)

Visitar un colegio por algo que escribí es algo que jamás hubiera imaginado. Aquel año 2002, no tenía siquiera conciencia de lo que estaba escribiendo: simplemente unos cuentos cortos, que luego en el 2005, verían la luz en forma de libro, bajo el nombre de “Cuentos jóvenes para jóvenes”. Y la verdad es que, aunque suene exagerado, me cambió la vida. Y a partir de eso yo dejé y traté de que la vida me siga cambiando, alimentando ese logro, ese sueño cumplido, con todo mi corazón.
En realidad, nunca supe que estaba escribiendo un libro, hasta que tuve varios cuentos escritos; nunca imaginé que eso se transformaría en mi primer libro y nunca imaginé que me llevaría a conocer tanta gente y a recorrer colegios. “Cuentos jóvenes para jóvenes” no fue pensado como libro, y tuvo ese sabor a sorpresa, a sueño, a magia. Aunque, tal vez, de algún modo lo estaba esperando. Antes de eso sentía que había venido al mundo para algo, pero todavía no sabía para qué. Y ese algo llegó en forma de libro.
Cuando uno va creciendo, el tema de soñar y seguir soñando se hace cada vez más difícil, porque supuestamente hay una edad para soñar y yo ya la debería haber pasado. Pero de repente, suceden estas cosas: me llega un mail desde Córdoba capital, de un profesor joven que usa mis libros en el aula y me agradece. Y uno siente que valió y vale la pena.
Pasaron algunos meses desde ese mail y allí me dirigí. Apenas pisé la terminal de la capital cordobesa, me empezó a sonar una canción y la empecé a tararear al instante: era Rodrigo, el cuartetero, con su inolvidable “Soy cordobés”. Estaba yo allí, con mi bolso y mis ilusiones a cuesta, desembarcando en la tierra de los que llevan el acento como una marca registrada, en la ciudad de las mujeres más lindas, del ferné y de la birra.
12 de junio de 2009. Colegio Corazón de María, Alta Córdoba, Córdoba Capital. Más o menos las 7.30 AM. En una mañana fría llegué al inmenso colegio, acompañado por Leo, un joven profesor que hace unos años se topó con mi libro y decidió llevarlo a las aulas. Tempranito a la mañana, aún era de noche. Formar fila, ver la bandera ascender en el mástil, decir la oración de la mañana, en el gran patio descubierto bajo un techo de estrellas y con el frío que penetraba los huesos. De pie en ese gran patio y medio dormido aún- como los alumnos que formaban la fila- volé hasta el patio de mi colegio, el Normal Rafael Obligado. Allí estaba Cámpora, el rector, dando los Buenos Días y la preceptora Laura, con su voz aguda, que insistía e insistía: bajen chicos, 5to III, vamos, a formar, al patio, vamos. Y tantas caras y tantos recuerdos en ese ratito en que los alumnos del Colegio cordobés izaban la bandera.
Ese viernes 12 de junio, fui recorriendo las aulas y conociendo las caras de mis lectores. Los libros llegaron como lectura obligatoria, y la verdad jamás pensé que algo mío, pueda ser pregunta en una evaluación, en una materia, en un colegio. Como mis libros no incluyen mi foto, se alimentó más el misterio y la posterior sorpresa o desilusión. (Y bueno, este soy yo, es lo que hay, chicos :)
Esa mañana de viernes transcurrió en una ciudad lejana, hablando de mi, de mi vida, de mis cuentos, de mis amigos, de mis cosas, de mis vivencias. ¿Cómo empezaste? ¿En qué te inspirás? Una alumna, me dijo que mis cuentos son cortos y profundos, y que la ayudaban a poner en palabras cosas que ella sentía. Y de eso se trata el arte, sea cual sea su forma: plasmar en sentimientos, lo que otros no pueden.
Gracias a la definición de esta chica, mis cuentos, que a lo largo de estos años se fueron encasillando en “cuentos con valores”, “autoayuda”, “cuentos con moraleja”, etc, se transformaron en sentimientos plasmados en cuento. De algún modo ya lo sabía, pero está bueno que alguien lo diga así, directamente, como para entender realmente lo que uno hace.
La cosa es que uno escribe en solitario y de repente termina parado ante tantos rostros, que esperan que uno diga algo, y responda a sus inquietudes. Pasaron más de seis años desde la escritura de mi primer libro y como les dije a los chicos en la charla: es una foto mía interna, de un momento.
Fueron varios cursos visitados en una mañana, -¡más de 300 chicos y chicas! - en la que hablé hasta cansarme, pero sí que valió la pena, porque es lo que más me gusta hacer.
La vida se encarga de recompensarnos cuando hacemos algo de corazón. Las cosas que esperamos, no suelen llegar al toque, pero vale la pena intentar y esperar.
Con esta visita reafirmo mis ganas de soñar y de seguir adelante. Para este mundo que todo lo mide a través del dinero, resulta tan difícil de comprender, pero traten de entenderme. Soy alguien que mide la vida a través de las pequeñas cosas y no de lo económico, porque en definitiva, de eso se trata vivir y en lo pequeño, en lo simple, radica lo importante. Y lo demás, no importa.
Soy un soñador, pero no soy el único, dice John Lennon, en su tema Imagine. No soy el único, porque sé que en el fondo, todos tenemos sueños y a veces los guardamos tan el fondo del alma que parecen olvidados y no los dejamos salir.
Soñar no cuesta nada, pero cumplir un sueño y seguir, eso es lo que cuesta. Pero vale la pena. Un sueño, es una meta y a la vez un punto de partida. Y con esta visita yo siento que todo vuelve a empezar.

Desde acá, yo que soy escritor y verborrágico, sólo tengo una palabra: ¡Gracias!

El Diario "EL Norte", como siempre, se hizo eco de toda esta experiencia. Gracias por la difusión constante y en este caso a Rubén Sisterna, periodista que escribió esta nota.

3 de junio de 2009

El 25 de Mayo de 2009

El sol del 25 asomó, en una mañana de otoño cálidamente atípica. El chocolate caliente habría que dejarlo para más adelante y suplantarlo por algo fresco. Las damas antiguas de 1810 con esos vestidos, se hubieran asado con esta temperatura. Raro resultaba ese calorcito, desubicado para la época del año, pero más raro aún fue que yo asomara con el sol del 25. Desde hace unos años, por salir a bailar - o salir de joda, como se le dice comúnmente- me estuve acostando a la hora en que el sol del 25 estaba asomando o ya estaba dibujado en el cielo. El círculo de luz me miraba desde lo alto me saludaba y yo le decía, qué hacés che. Chau, me voy a dormir.
Me levanté tipo nueve y casi les da un infarto a mis viejos. ¿Era una aparición, un fantasma, un clon? No, no, soy yo- les dije, antes de que se atragantaran con el desayuno. Antes de eso había ido hasta el ropero y tomado una camisa, un pantalón y un par de zapatos. ¡Cuánto hace que no me pongo zapatos! Y... ¿cuál era el motivo? El desfile del 25 de mayo, en Barrio Moreno, allá donde hace unos años se cayó en un pozo, un nenito llamado Cristian, y fuimos noticia y vergüenza nacional.
Por esos pases mágicos que da la vida, me tocó representar a la Sociedad Italiana. Cabe destacar que soy hijo de una italiana pura que llegó a estas tierras a los diez años de edad. Éramos dos para el desfile. Al llegar al lugar del acontecimiento mi compañero me dio a elegir entre portar la bandera argentina o la italiana. Quiero mucho a Italia, pero para mi debut en un desfile, un 25 de Mayo, preferí la Argentina. Además cumpliría ese sueño postergado de ser abanderado. (Sí, sí, todo llega en esta vida ¿vieron?)
El desfile me movilizó muchos recuerdos. De chico, mi papá o el tío Pepe, me llevaban a ver esos desfiles grandes y tan preparados por la Avenida Falcón. El de esta ocasión no sería tan formal y prolijo como el de aquellos años pero estuvo muy pero muy lindo recordar. Al otro día, chateando con una amiga me diría: ¿Qué? ¿Todavía se hacen los desfiles? Y si, yo también me hice esa pregunta el sábado anterior cuando me llamaron por teléfono y me pidieron si podía llevar la bandera.
Previo al desfile, habló el Intendente Carignani, destacando que se acerca el bicentenario en 2010 y que está bueno esto de hacer los desfiles en los barrios de la ciudad para incluir a todos y que antes, en 2001, estábamos tristes y ahora estamos contentos. A nosotros dos nos tocó al lado del mismísimo escenario, próximo al micrófono del orador. Antes de comenzar el acto, vino una mujer, una directora de escuela, a pedirme la bandera nacional porque aunque parezca increíble ¡se la había olvidado! No sé que le pasa a la juventud.. oigo repetir por ahí y yo digo: ¡No sé que le pasa a los adultos! Pensé en negarme a prestarla, pero mi amigo se adelantó y dijo que sí, que no había problemas. Pero cuando nos ubicaron tan próximos al escenario y me vi allí sin la bandera, se la fui a pedir de regreso. ¿Qué le digo después a los que me eligieron para representarlos? ¿qué la presté un ratito? Parecía un presidente, ahí parado con la banda celeste y blanca cruzándome el pecho, pero sin la bandera.
Al lado nuestro teníamos a la colectividad boliviana y a los paraguayos. ¡Ah! Mandaron jóvenes esta vez, me dijo la señora boliviana, que ya estaba acostumbrada a ver tanos de avanzada edad.
Me sentí un nene de a ratos mirando todo eso. Los militares, los soldados, la policía, los bomberos, la gendarmería, las escuelas, los caballos.... la sorpresa de recordar algo que perteneció a mi infancia. ¡Es lindo recordar! Y es lindo escuchar el himno nacional.. “al gran pueblo argentino salud, libertad, libertad, libertad”.
Luego de las palabras del Intendente, nos alistamos para desfilar, uno detrás de otro. Ya estamos grandes para ponernos nerviosos, pero los nervios no envejecen, que lo tiró. ¿Y si no levanto bien la bandera? ¿Y si se me vuela con el viento? ¿ y si justo me toma la cámara de Canal 2?
A las 12.30 aproximadamente, el desfile terminó. Vi a un profesor de la secundaria que ahora es director. Vi a una compañera de la secundaria que ahora está en la Federal. Vi a un conocido del gimnasio, vestido de militar.
El padre de mi compañero nos vino a buscar minutos después. En otro rincón de la ciudad, la Sociedad Italiana, la gente estaba llegando para un gran almuerzo gran.
Nos esperaban para servir las mesas de este almuerzo, que en esta ocasión sería a beneficio de los afectados por el terremoto en L’Aquila, región de Abruzzo. Tenemos que ayudar a la patria de nuestras raíces: aunque nosotros estamos mal, siempre podemos ayudar. Y eso me da orgullo: los argentinos seremos de todo, pero que somos solidarios no quedan dudas.
Raro este 25, la verdad. Un 25 argento-italiano, italiano-argentino. Un 25 sin chocolate, un 25 de calor, de desfile, de tallarines, un 25 en el que jugué a ser mozo por un día.
Esa misma tarde, en aquella zona de la ciudad nicoleña, a la que llamamos El Campito, mientras nosotros servíamos el postre helado, y los comensales disfrutaban del show, la Virgen del Rosario de San Nicolás, estaba siendo coronada ante miles de fieles bajo un cielo de otoño que avisaba lluvia, y en un clima de calor y mucha, mucha fe.