16 de noviembre de 2009

En este mundo de almas que vienen… y se van

En memoria de Gabriel García y Pablo Fischer

Escribo esta columna luego de una semana en la que «me pasó de todo». Fueron días de emociones, muy pero muy opuestas.
En verdad, quise evitar escribir sobre este tema; –¿vas a escribir sobre algo tan feo?– me dijo alguien y dudé un poco.
Pero finalmente, aquí estoy. Tal vez escribiendo me sienta un poco mejor, y desde el sentir pueda transmitir algo, porque siempre algo queda. Al menos mi idea es esa: aprender de cada cosa que vivo.
Al comienzo de octubre, se acercaba el día de mi cumpleaños y algunos me preguntaban si lo iba a festejar. Contesté: «la verdad me da lo mismo... veremos qué hago». Sinceramente soy de evitar los festejos de cumpleaños, aunque contradice con mi manera de ser, tan sociable.
Pero la vida tiene cosas inesperadas y una tarde de octubre me pegó un cachetazo. Llegó mi madre de la calle, conmovida ante una noticia: Gabriel, mi amigo de la infancia, había tenido un accidente en la autopista mientras entrenaba en su bicicleta. Hasta que lo confirmamos traté de pensar que no era cierto y que, seguramente, habría un error.
Hacía mucho que no compartíamos la vida, pero solíamos cruzarnos por la calle y saludarnos con una sonrisa. Siempre que veo a alguien que me trae recuerdos lindos -y más aún si estos son de la infancia- se me dibuja una sonrisa en el rostro.
Costó y cuesta asimilarlo. Se nos fue un chico tan bueno, tan responsable. Entre las personas que lo querían y lo conocían bien, escuché de manera repetida: «Habiendo tanto atorrante vivo...».
Justo por esos días nos había dejado la gran cantora Mercedes Sosa, y yo había estado siguiendo el funeral, su vida y las opiniones de los artistas. Alejandro Lerner habló sobre el legado de la Negra, de todo lo que dio y de todo lo que dejó. Y luego agregó una frase que me quedará grabada para siempre y que decía que vivimos en un mundo de almas que vienen y se van. Es cierto eso, me dije. Tarde o temprano todos nos vamos. Y al instante pensé en mi sobrinita Clarita, quien llegó hace unos meses, haciéndome redescubrir el milagro de la vida.
Gabriel dejó este mundo y para encontrar consuelo pensé que, al menos, se fue haciendo lo que más quería, su pasión, andar en bicicleta.
Luego de todo esto, llegó la Feria del Libro de San Nicolás, algo muy esperado por mí. Fueron días de felicidad plena, de mucha energía, haciendo lo que más me gusta que es estar con mis libros en una mesa, y compartirlos con la gente que pasa. Mucha gente conocida, mucha gente nueva. Todo lindo, maravilloso. Mientras tanto el día de mi cumpleaños se iba acercando y yo agradecía a Dios, el cumplir un año más, haciendo lo que más me gusta hacer.
En un momento tomé mi segundo libro como para hojearlo, como quien mira un álbum de fotos viejas. Hay un cuento en el cual utilizo la frase «¡feliz viveaños!», en lugar de ¡feliz cumpleaños!
En ese cuento quise expresar que cada año debe ser vivido y no meramente cumplido. Me enojé conmigo mismo por renegar del festejo de mi cumpleaños después de haber escrito eso.
Estaba allí con mis libros, en el stand, muy contento, cuando me dieron una noticia terrible. Una ex compañera del colegio, luego de charlar un rato y ponernos al día, me contó que, hacía unas horas, había fallecido un amigo. Pablo, una gran persona, un gran amigo que logró ganarse mi amistad, con apenas conocernos, hace algunos años.
No fue un accidente, fue algo repentino. Sentí que no tenía consuelo. No creía lo que estaba escuchando. Intenté contener el llanto y seguir con la cabeza puesta en la feria, tratando de pensar que no me habían dicho nada. Delante de mí estaba de pie una niña, con una gran sonrisa, esperando que le dedicara mi libro. Y decidí seguir adelante.
Sentí bronca, impotencia, desesperación. No podía ser real lo que estaba pasando. Luego me preocupé mucho por los que quedamos... porque en definitiva, los que quedamos somos los que tenemos que seguir adelante, viviendo.
Durante esos momentos, me di cuenta de que cada persona reacciona ante la muerte de manera distinta y que no estamos demasiado preparados para enfrentarla. Cada uno tiene sus tiempos para aceptar la pérdida, para llorar la pérdida, para aceptar que la vida continúa.
Sé que se han ido al cielo, que ya están gozando de la otra vida, que esto es, según mi fe, una fiesta, pero me cuesta mucho, demasiado, aceptar que se han ido. Necesito tiempo para superarlo, para pensar. Sí, tiempo, meditación, oración. Tiempo para recordarlos.
Mi cumpleaños llegó un día después de que despedimos a Pablo.
Mi cumpleaños llegó con casi nada de ánimo para festejar. Pero ese día, a pesar de todo, fue muy especial. Viví todo como nunca antes. Después de tanta muerte... ¡di tantas gracias por ese año más! Por ese festejo, por esa reunión, por la gente linda que tengo al lado.
No es que quiera sacar una enseñanza de todo, ni que pueda explicarlo todo, simplemente miré la vida con otros ojos, y eso de que «cada día es un regalo», dejó de ser una mera frase linda y armada.
Estos días cuando me preguntan como ando, digo que bien y mal, que soy como dos personas en una misma, porque no dejo que una cosa, me impida sentir la otra. Sufrí mucho. No pude dormir. Seguí adelante. Llegó la feria. Coseché momentos de felicidad. Volví a sufrir un golpe bajo. Llegó mi cumpleaños. Muchas cosas, todas juntas.
No tengo explicación aún, ni tanto consuelo, pero comienzo a entender que somos eso que dije antes: almas que vienen y se van. Los que quedamos tenemos que seguir adelante, recordando a los que se fueron, con lo mejor que ellos nos han dejado. Me da un poco de alivio pensar que no se fueron del todo, que de ahora en más, estarán conmigo cada día, siempre presentes, eternizados en mi recuerdo y en mi corazón.

Periódico mensual Diálogo. Edición 184. Noviembre 2009. Mi columna "Enfoque Joven".