25 de marzo de 2010

LA VUELTA AL COLE

El Colegio al que fui desde jardín hasta finalizar el secundario, queda a pocas cuadras de mi casa. Fueron muchos años recorriendo ese camino que une mi casa con la Escuela. Hoy, cada vez que paso, miro a través de sus ventanales, para apreciar las galerías y las aulas. No puedo evitar asomarme al ayer, aunque sea por unos segundos. ¡Cuántas cosas vividas en un solo lugar!

¿Qué representó la escuela para vos?- me preguntó un adolescente en un mail. ¡Gran pregunta! – me dije. ¡Cuánto representó para mí! ¡Cuánto representa y significa nuestro paso por el Colegio!.

La Escuela... en sus salones está la vida misma. La sociedad en pequeños grupos, compartiendo un aula. En la escuela se aprende a convivir: te inscribís, llegás y se arma un grupo, de edades similares y de realidades tan diversas.

La Escuela representó mucho para mí. En ella aprendí que todos somos diferentes. En la escuela conviven la tolerancia y la intolerancia. Se es tolerante ante un otro, que es diferente a mí. O, muchas veces, el trato entre los alumnos se torna cruel. No me refiero a los sobrenombres hechos con cariño hacia el otro, sino a la intolerancia, al insulto, a la violencia tanto verbal como física. Los chicos que íbamos al colegio éramos el fiel reflejo de nuestras familias. Y daba siempre “la casualidad” que detrás de un compañero irrespetuoso, que no paraba de largar insultos, había un padre similar o directamente una ausencia de padres, que andaban metidos en sus asuntos y no les prestaban ninguna atención.

La Escuela me enseñó a convivir y eso ya es mucho. Se aprende mucho viviendo-con y compartiéndolo todo cada día.
En el Colegio se arman los grupos de amigos y también de rivales. En él conviven la más sincera de la solidaridad y la más dura de las competencias. - Nada lejano a la realidad que nos esperaba de adultos – pienso mientras escribo: grupos, afinidades, intereses, diferencias, competencias... Amistad, solidaridad, unión, esfuerzo.... La vida.

En toda escuela hay maestras y maestros, profesoras y profesores. Están los de mayor vocación, tratando de modificar un poco la realidad, para prepararle un mejor futuro a nuestro país. Pero en la escuela aprendí que los maestros no son todos iguales: algunos sólo cumplían su horario, pasando casi desapercibidos, sin ponerle mucho esmero a la clase. Y nosotros, los alumnos, estábamos contentos de no hacer casi nada.

El paso del tiempo nos enseñaría, que los otros, los más exigentes, los que uno en ese momento odiaba porque hacían estudiar mucho, son los que más nos habían enseñado. Los verdaderos maestros son los que dejan huella.

En la Escuela aprendí que muchas personas van a cobrar su sueldo y no les importa nada de los demás. Sólo eso. También aprendí que había personas únicas, como la portera que dejaba su vida para que el Colegio esté impecable. Quería al Colegio como a su propia casa.
En ese convivir diario aprendí también, que podíamos estar en distintos niveles económicos pero que todos teníamos algo bueno para ofrecer al otro, más allá del dinero. Aprendí que de las diferencias podían nacer grandes amistades.

La escuela significó también, aprender a trabajar en grupo y entender que de ese modo se logran trabajos mucho mejores. Nunca faltaba el que se lavaba las manos y se llevaba las cosas de arriba. (Seguimos con las similitudes con el mundo adulto).

Hasta aquí vengo nombrando lo que aprendí en la Escuela, en el convivir diario, y podría enumerar muchas más. Pero faltó lo más importante de todo: me abrió las puertas hacia los distintos saberes. Para mí y para todos, la posibilidad de descubrir y descubrirnos. Grandes actores nacían en los actos patrios, grandes cantantes en las hora de música. Se vislumbraban ya, los grandes deportistas del futuro, en la hora de gimnasia.

A mí, me costaban los números. ¡Qué bien me llevaba con Lengua y Literatura!. En la escuela imaginábamos quienes seríamos en el mañana. Y de ese gran abanico de colores que la escuela ofrecía, habría que elegir el que más nos gustara, el color de nuestro camino a seguir.

Volver al cole, no sólo para recordar y caer en la nostalgia. Volver para darme cuenta que significó mucho para mí y que, sin duda, lo que soy hoy, comenzó a ser un día, una vez, en las aulas de la Escuela Normal, Rafael Obligado. Ese que comenzaba a ser, estaba rodeado de buenos amigos, y de grandes maestros.

Muchas de las respuestas al presente, están sin duda en esa etapa de Colegio. Por eso, cada tanto, vuelvo a asomarme a través de sus ventanas... donde los alumnos juegan y sueñan, imaginando el mañana.

MI COLUMNA MENSUAL DE MARZO EN EL PERIODICO DIÁLOGO. (Nº 187)

2 de marzo de 2010

EL ENCUENTRO CON UNO MISMO Y LA CONTEMPLACIÓN.

Hay que hacerse un tiempo para uno. Trato siempre de respetar ese tiempo conmigo mismo, aunque sea cada tanto, para poder encontrarme, para pensar, para ordenar las ideas y ver todo con mayor claridad.

Estar sólo y pensar es necesario. Resulta difícil tomarnos un tiempo, porque antes que nada, somos seres en sociedad y nos cuesta alejarnos un poco; y en la actualidad, se suman la cantidad de vías de comunicación, que resultan muy útiles, pero que también invaden demasiado nuestros espacios y nuestros necesarios silencios.

Cuesta pensarnos en soledad y hasta tal vez nos dé un poco de medio: ya pronunciar la palabra soledad, da un poco de cosa. Necesito estar sólo suena a problema, a “estoy mal”, a “déjenme en paz”. Pero no siempre es así.

Cuando elegimos estar solos, no lo estamos en realidad: están los pensamientos, los recuerdos... viajamos mentalmente del presente al pasado y pensamos en el futuro. No estamos solos, estamos con nosotros mismos. Y se produce un encuentro con lo bueno y con lo malo que tenemos, un encuentro con nuestras voces... la voz de la conciencia, la voz del corazón, las voces de los demás que destruyen, las voces de los demás que construyen... las voces de los sueños acallados o dormidos, que intentan reavivar su fuego.

Tenemos que darnos cuenta a tiempo para equilibrar: el exceso de ruido, con un poco de silencio y un poco de encuentro propio; el exceso de soledad y meditación, equilibrado con salidas, con encuentros grupales, siendo uno con los demás.

No hace falta viajar o alejarse demasiado. Uno se encuentra a uno mismo al cerrar los ojos por las noches antes de dormir, o al tomar un poco de sol. Cerramos los ojos y abrimos los sentidos para escucharnos, para sentirnos. Muchas veces no nos gusta lo que vemos y oímos, y no podemos dormir: la vida que llevamos no es la que nos hace felices y perturba nuestro descanso, nuestro sueño.

Escribo esto, motivado por la presencia del mar. Veo a la gente caminar, sola o acompañada, a paso lento, disfrutando del paisaje, contemplando. Contemplar la creación, toda esta gran maravilla que tenemos de regalo. Veo gente sentada mirando el mar, apreciándolo, cerrando sus ojos y dejando que el viento les acaricie el rostro. A veces no hace falta más que eso para ser felices: un poco de viento en la cara.

Durante las vacaciones hay más tiempo para contemplar, pero el desafío será poder tener a lo largo del año, nuestros momentos de contemplación, que tan bien nos hacen. Es el buen sabor del encuentro, con uno mismo, que debemos experimentar, para ser más felices.

Yo contemplo el mar, con su magnífica inmensidad, este mar que es calma y también es fuerza y poder. Miro el infinito y toda mi alma se despierta y se inunda de paz y mis ojos sueñan, porque ven mucho más allá de todo. Contemplar es liberar los sentidos, el alma y el pensamiento.

Hoy contemplo el mar, pero cuando regrese, también contemplaré el río o un árbol de la plaza, o un niño jugando, o un pájaro armando su nido.

Debemos darle lugar a la contemplación, ejercitarla. Contemplar en quietud nos hace más humanos, nos hace recordar que estamos vivos y que respiramos, nos hace recordar que hay algo, más allá de nuestra mundo individual.


Yo contemplo el mar, con su magnífica inmensidad, este mar que es calma y también es fuerza y poder. Miro el infinito y toda mi alma se despierta y se inunda de paz y mis ojos sueñan, porque ven mucho más allá de todo. Contemplar es liberar los sentidos, el alma y el pensamiento.

Hoy contemplo el mar, pero cuando regrese, también contemplaré el río o un árbol de la plaza, o un niño jugando, o un pájaro armando su nido.

Debemos darle lugar a la contemplación, ejercitarla. Contemplar en quietud nos hace más humanos, nos hace recordar que estamos vivos y que respiramos, nos hace recordar que hay algo, más allá de nuestra mundo individual.

ESTE TEXTO PERTENECE A: Mi Columna "Enfoque joven", Periódico Diálogo, Nº 186. Enero - Febrero 2010.