2 de marzo de 2010

EL ENCUENTRO CON UNO MISMO Y LA CONTEMPLACIÓN.

Hay que hacerse un tiempo para uno. Trato siempre de respetar ese tiempo conmigo mismo, aunque sea cada tanto, para poder encontrarme, para pensar, para ordenar las ideas y ver todo con mayor claridad.

Estar sólo y pensar es necesario. Resulta difícil tomarnos un tiempo, porque antes que nada, somos seres en sociedad y nos cuesta alejarnos un poco; y en la actualidad, se suman la cantidad de vías de comunicación, que resultan muy útiles, pero que también invaden demasiado nuestros espacios y nuestros necesarios silencios.

Cuesta pensarnos en soledad y hasta tal vez nos dé un poco de medio: ya pronunciar la palabra soledad, da un poco de cosa. Necesito estar sólo suena a problema, a “estoy mal”, a “déjenme en paz”. Pero no siempre es así.

Cuando elegimos estar solos, no lo estamos en realidad: están los pensamientos, los recuerdos... viajamos mentalmente del presente al pasado y pensamos en el futuro. No estamos solos, estamos con nosotros mismos. Y se produce un encuentro con lo bueno y con lo malo que tenemos, un encuentro con nuestras voces... la voz de la conciencia, la voz del corazón, las voces de los demás que destruyen, las voces de los demás que construyen... las voces de los sueños acallados o dormidos, que intentan reavivar su fuego.

Tenemos que darnos cuenta a tiempo para equilibrar: el exceso de ruido, con un poco de silencio y un poco de encuentro propio; el exceso de soledad y meditación, equilibrado con salidas, con encuentros grupales, siendo uno con los demás.

No hace falta viajar o alejarse demasiado. Uno se encuentra a uno mismo al cerrar los ojos por las noches antes de dormir, o al tomar un poco de sol. Cerramos los ojos y abrimos los sentidos para escucharnos, para sentirnos. Muchas veces no nos gusta lo que vemos y oímos, y no podemos dormir: la vida que llevamos no es la que nos hace felices y perturba nuestro descanso, nuestro sueño.

Escribo esto, motivado por la presencia del mar. Veo a la gente caminar, sola o acompañada, a paso lento, disfrutando del paisaje, contemplando. Contemplar la creación, toda esta gran maravilla que tenemos de regalo. Veo gente sentada mirando el mar, apreciándolo, cerrando sus ojos y dejando que el viento les acaricie el rostro. A veces no hace falta más que eso para ser felices: un poco de viento en la cara.

Durante las vacaciones hay más tiempo para contemplar, pero el desafío será poder tener a lo largo del año, nuestros momentos de contemplación, que tan bien nos hacen. Es el buen sabor del encuentro, con uno mismo, que debemos experimentar, para ser más felices.

Yo contemplo el mar, con su magnífica inmensidad, este mar que es calma y también es fuerza y poder. Miro el infinito y toda mi alma se despierta y se inunda de paz y mis ojos sueñan, porque ven mucho más allá de todo. Contemplar es liberar los sentidos, el alma y el pensamiento.

Hoy contemplo el mar, pero cuando regrese, también contemplaré el río o un árbol de la plaza, o un niño jugando, o un pájaro armando su nido.

Debemos darle lugar a la contemplación, ejercitarla. Contemplar en quietud nos hace más humanos, nos hace recordar que estamos vivos y que respiramos, nos hace recordar que hay algo, más allá de nuestra mundo individual.


Yo contemplo el mar, con su magnífica inmensidad, este mar que es calma y también es fuerza y poder. Miro el infinito y toda mi alma se despierta y se inunda de paz y mis ojos sueñan, porque ven mucho más allá de todo. Contemplar es liberar los sentidos, el alma y el pensamiento.

Hoy contemplo el mar, pero cuando regrese, también contemplaré el río o un árbol de la plaza, o un niño jugando, o un pájaro armando su nido.

Debemos darle lugar a la contemplación, ejercitarla. Contemplar en quietud nos hace más humanos, nos hace recordar que estamos vivos y que respiramos, nos hace recordar que hay algo, más allá de nuestra mundo individual.

ESTE TEXTO PERTENECE A: Mi Columna "Enfoque joven", Periódico Diálogo, Nº 186. Enero - Febrero 2010.

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