12 de septiembre de 2010

SEÑALES EN EL CAMINO

Las señales siempre están, existen, a pesar de que la mayoría de las veces no les prestemos atención o de que las pasemos por alto. Con esa oración inicial mi columna de este mes parece hacer referencia a la seguridad vial o a nuestra actitud ante las señales de tránsito. Pero no es así.
En esta ocasión quiero hablarles de las otras señales, esas que también avisan, indican y van marcando un camino, una ruta llamada vida.
En un momento de mi vida aprendí que Dios nos habla, y que envía señales todo el tiempo para indicarnos su presencia. Esto no quiere decir que tenemos que estar esperando señales todo el tiempo y pensando cada cosa como si tuviera un significado oculto, pero si, estar atentos a lo que nos pasa. Dios nos habla a través de esas cosas que parecen sucedernos porque sí, y también, y sobre todo, a través de las personas que nos rodean.
A veces no entendemos el porqué o no encontramos explicación a cada cosa que nos ocurre. Pero todo tiene un porqué, tanto lo bueno como lo malo que vivimos. He comprobado que incluso, hasta los sufrimientos, tienen una explicación y siempre termina resultando para mejor. Porque Dios quiere siempre lo mejor para nosotros.
Por supuesto, somos seres limitados, y excede nuestra capacidad el saber leer o interpretar esas señales en el momento en que nos llegan. La mayoría de las veces estamos desatentos, entretenidos en nuestro vivir diario u ocupados, sin darnos un tiempo para pensar qué es lo que van marcando esas señales en nuestro camino.
Por ejemplo, el que yo esté hablando de este tema no es casualidad; recibí algunas señales que supe descifrar a tiempo. Y el que estés leyéndolo tampoco es casualidad. Nada sucede porque sí.
Lo primero que me sucedió fue que, a través de varias personas, me llegó una idea repetida: que las enfermedades no son simplemente enfermedades sino que también son señales de nuestro cuerpo para avisarnos que algo anda mal o que algo estamos haciendo mal. A partir de allí, comencé a tomar a las enfermedades como un aviso. Ante la enfermedad tendemos a buscar el remedio y punto, pero no a preguntarnos el porqué de esa enfermedad. Si bien algunas no podemos controlarlas ni saber sus causas, en su mayoría están provocadas, lamentablemente, por nosotros mismos.
Descifrando las señales que nos da nuestro cuerpo podremos saber si llevamos o no una buena vida. Y a partir de eso podemos repensar nuestro modo de vivir.
Otra cosa que me sucedió fue pensar a los silencios o las ausencias como señales. Muchas veces ocurre que nos enojamos con la gente que parece no expresar nada, tildándolos de fríos, pero hay algo en esos silencios por descifrar. Y también las ausencias comunican algo. Nadie calla ni desaparece porque sí. Seguramente nos dio alguna señal con anticipación y no nos supimos darnos cuenta.
Por supuesto también están las señales de las personas que nos rodean, dándonos muestras diarias de amor y cariño, señales constantes que indican que nos quieren mucho y que dicen “aquí estoy, a tu lado, acompañándote”.
Luego de incorporar esa noción de enfermedad como señal o aviso, tuve que afrontar un momento personal y familiar muy difícil. Cuando todo pasó, entendí el porqué de todo eso que atravesé y atravesamos, y llegué a darme cuenta que realmente tuvo un significado. Y aprendí algo que dejó huella para siempre.
Las pruebas o momentos duros de nuestra vida, casi extinguen nuestras fuerzas, parecen vencernos, pero finalmente las superamos, tomando conciencia de que llegaron en el momento justo, para señalarnos y enseñarnos algo valioso.
Las señales en el camino de la vida no están colgadas en carteles o en lugares obvios y resaltadas para que las veamos a simple vista. Nos sorprenden y llegan en el lugar y el momento menos pensados y sólo hay que estar con los ojos bien abiertos y el corazón bien dispuesto para recibirlas.

Hace poco, viví algo mágico, algo increíble. Durante esos días duros que pasé, volvía caminando y angustiado bajo el cielo de una noche fría. Jamás había visto algo así, aunque para algunos es algo común. Miré hacia un árbol gigante que hay cerca de mi casa. Llamó mi atención porque lo habían podado totalmente y sin querer, en ese instante vi una estrella fugaz cruzando el cielo. ¡Me emocioné tanto! Esa estrella me sacó de mí, de mis pensamientos y de mi angustia y me hizo sentir que la magia aún es posible y que una luz siempre brilla para nosotros.

Suelo pensar que nuestra vida ya está escrita y que si bien la podemos modificar con nuestras acciones y decisiones, Dios sabe en qué momento sucederá cada cosa, con un porqué que Él, sabe muy, pero muy bien. Porque Dios, el autor de todo lo creado, tiene escrito el libro de nuestra vida y lo sabe de memoria.

Las señales están para ayudarnos a distinguir una cosa de otra. Mientras escribo esto, recuerdo un día, en el que estaba repartiendo volantes de mis libros, entre una gran muchedumbre. Y de repente me senté, muy cansado, en un banquito, y pensé: No sé si esto que estoy haciendo valdrá la pena. Y en ese instante se acercó una señora que me sorprendió diciéndome: - “Qué lindo volante me diste, me gusta mucho lo que dice, seguí así, adelante, que te va a ir muy bien”. Después de eso me saludó y se fue sin que pudiera decir más que, gracias. Me quedé paralizado ante semejante señal.
Y también puedo contarles que, antes de comenzar a escribir esto, me llegó un mail bajo el título: “nadie se cruza por casualidad” y dice, entre otras cosas, que por algo llegan algunas personas a nuestras vidas, que por algo permanecen y que por algo en algún momento se van.
Está todo dicho. Aquí pongo una señal que dice FIN. Atento a las señales en tu camino. Paso a paso, descifrándolas encontrarás muchas respuestas. Y encontrar respuestas te traerá felicidad. ¡Hasta la próxima señal!

(Columna del mes de Julio 2010 en el Periódico Diálogo)

No hay comentarios: