25 de junio de 2008

DOMINGO PORTEÑO (PARTE 1): Andando en tren

- Se toman el tren acá en la estación y van para Retiro – nos dijo la recepcionista del hotel.
Caminamos unas cuadras y llegamos a la estación de trenes de San Miguel. Sacamos los boletos y nos dispusimos a esperar en el andén; ellos sentados y yo de pie.
Me sentía como un niño, feliz de la vida, con mucha ilusión. Habían pasado más de diez años de aquel último viaje en tren.
Mientras esperaba, observaba detenidamente todo. Era domingo a la tarde y eso hacía que todo estuviera más calmo, más relajado, más lento y menos concurrido que de costumbre.


- ¿Te dijo cada cuanto pasa?- preguntó uno de mis compañeros.
- Ni idea, contesté. Disfrutemos, estamos esperando un tren, ¡un tren!- repetí con alegría. Parecía un pibe esperando que sean las doce y llegase Papá Noel.
Aunque para los miles de ciudadanos bonaerenses que viajan cada día, el tren resulta una insoportable pesadilla- frío, hacinamiento, mal estado de los vagones, inseguridad, etc, etc- yo estaba por vivir algo único.
Subirme al tren implicaba revivir sensaciones y momentos que estaban guardados en algún lugar de mi memoria. Estaba más contento aún porque este viaje no estaba planeado: la felicidad de lo inesperado y hermosamente sorpresivo tiene un sabor inigualable. Desde ahí hasta Retiro pensábamos ir en micro, pero, afortunadamente no nos había quedado otra.
El tren llegó unos minutos después, con su imponente figura que se recorta en el horizonte, con su melodía repetida al andar, que fue cesando hasta dejarnos en un silencio absoluto.
Esperar en el andén y partir en tren, toda una novela. Así subimos y nos sentamos, los tres, los dos mendocinos con su acento particular y yo. Hablábamos de todo, pero lo que más se escuchaba era una queja: ¡cómo no trajimos una cámara de fotos!.
Cuando finalmente el tren se puso en marcha, unos de los mendocinos, el que tenía un acento venezolano, dijo: - Falta una chica hermosa saludándonos y luego corriendo el tren y estamos completos. – La verdad que sí- contesté con una sonrisa. El tren y la estación tienen esa cosa de película.
A partir de ahí nos quedamos en silencio, mientras por los pasillos de los vagones desfilaban los vendedores ambulantes.
A través de la ventana del tren de la línea San Martín, fui viendo un álbum de fotos, cuyas páginas se cambiaban a medida que iba recorriendo las distancias. Un mundo nuevo a cada paso; distintas realidades, distintas estaciones, distintas maneras de vestir.
Postales urbanas que sólo podía regalarme el tren, con su andar lento, pero lindo, con ese que se yo, viste. Si será mágico el tren que logró dejarme una hora callado y sin palabras para describir todo lo que sentía.
Y vi una familia almorzando en el patio. Y vi dos hombres mayores compartiendo un vino en cartón a orilla de las vías. Y vi a unos hinchas de River cantando con toda la pasión, y agitando sus banderas rojas y blancas. Cuando paramos en la estación Palermo vimos un par de minitas que estaban rebuenas.
El álbum de fotos, se terminó en Retiro. Tuve ganas de jugar a Gastón Pauls para poder decir: la ciudad tiene historias que contar, soy Martín Gozdziewski y esto es Ser Urbano.
Al bajar nos esperaba, otro álbum, el de la calle, un domingo a las dos y pico de la tarde.
Me bajé entendiendo mejor esa frase que dice que el tren une al país. No sólo por su condición de medio de transporte.
Desde el tren, uno conoce la Argentina desde adentro, desde sus entrañas. Desde la vías uno entiende mejor esto de ser argentino. Andar en tren es cruzar la miseria, el hambre, la pobreza, el olvido. Es dejar que la ventana nos muestre imágenes de diferentes historias unidas por las vías del ferrocarril.
Señoras y señores gobernantes, quedan ustedes invitados. No hace falta gastar millones de pesos para conocer a su pueblo.
Simplemente los invito a viajar en tren y a tomar una dosis de realidad. Cuesta $1,05. Y después me cuentan que tal.

(08 de junio de 2008)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Martín, soy una chica de Venezuela y recuerdo que la primera vez que me subí en un tren fue en Buenos Aires a la edad de 10 años, recuerdo esa emoción cuando lo esperaba y me lo imaginaba como el de las películas, pero este fue mucho mejor.

Tu historia hizo evocar en mi ese recuerdo, aquí en Venezuela tenemos el Metro este es un tren subterráneo en el que me encanta montarme, sobretodo en las horas pico cuando ya no entra ni un alfiler, porque la realidad venezolana esta a flor de piel.

Es lindo saber que existen personas que todavía aprecian e invitan a conocer los pequeños detalles que se encuentran en nuestro entorno y si miras con una gran agudeza visual te das cuentas que esos pequeños detalles son las
grandes cosas que nos da la vida

Gracias Martín por compartir tu experiencia en Tren.
Que Dios Te Bendiga

Dulce Marcano