11 de enero de 2009

EN LA NOCHE DE REYES

Es la madrugada del seis de enero y acá ando yo desvelado como siempre, y mucho más cuando es verano. Estoy mirando cualquier cosa en la tele, haciendo zapping mientras en la mesa hay un libro esperando por mí. La casa está tan en silencio como la ciudad: allá afuera es verano, se notan las vacaciones, la pausa, el calor que agobia y la resaca de las fiestas que pasaron hace poco.
En la TV, a estas horas, hay varios pastores hablando en vivo, con sus exagerados ademanes, con su altos niveles de expresividad, con su portugués mezcla con español, dando soluciones a la gente para que sea feliz, pidiéndoles repetidamente que paren de sufrir y que vengan a la Conferencia, porque les van a dar no se qué objeto sagrado. Pongo pausa. El pastor queda en silencio. Me pongo a hojear el libro.
Al costado del televisor, en una especie de cuevita armada con papel madera, está el pesebre que mi vieja armó con esmero y dedicación el día en que también se armó el arbolito. Qué lo tiró...ya lo tenemos que desarmar... sin darnos cuenta se nos pasaron las fiestas, dijo mi viejo esa tarde mientras tomaba unos mates.
Así es que, mientras estaba por ponerme a leer, dediqué unos segundos la mirada hacia el pesebre y reparé en la pequeña sandalia blanca, que mi sobrinita había dejado allí la tarde anterior. Y a partir de esa sandalia solitaria ahí en el piso, sin querer, comencé un viaje hacia el pasado.
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La ilusión, la magia. Podemos discutir si es bueno o no, eso de crear una fantasía que se desmoronará con el paso del tiempo. Pero habiendo tantas cosas por desmoronarse al crecer, tantas cosas en las que uno cree y se las irá llevando el tiempo, que está bueno creer en una ilusión, en esos Reyes Magos de Oriente que hace muchos años, llevaron sus ofrendas al niño Jesús en Belén y hoy pasan por casa para dejarnos un regalo.
“Los Reyes son los padres”, es la frase que devela el misterio y acaba con la magia. Pero... ¡qué lindo era creer! Que la magia era posible, que los Reyes pasaban, que los camellos se comían el pasto y que tomaban un poco de agua. Nunca entendí por qué no le dejábamos un sándwich aunque sea, para estos tres pobres tipos que venían desde lejos en camello y andaban regalando sin pedir nada a cambio.
En aquella noche me iba a dormir temprano porque mi vieja repetía sin césar...hay que dormirse temprano, hay que portarse bien, mirá que sino no vienen los Reyes. Melchor, Gaspar y Baltasar, se transformaban en la amenaza infalible y lograban que por unos días me portara bien e hiciese caso.
En aquella noche casi no podía dormir de la ansiedad, pero hacía el esfuerzo. En esas noches de verano y de ilusión, de magia y de espera, uno intentaba quedarse despierto para verlos dejar los regalos y poder pescarlos justo. Me imaginaba a los camellos en el medio de la cocina y me daba mucha risa y a la vez mucho temor, porque... Má... y si el camello se me mete en la pieza ¿qué hago?. Nunca los vi: siempre los muy astutos elegían el momento en que me dormía para traerme los regalos.
En aquella noche me dormía bajo el ventilador de techo, que hacía más pasable el calorón, mientras mi viejo regaba las plantas del jardín hasta tarde y seguramente se fumaba un par de cigarrillos tranquilo y sin apuros.
Y aquella noche pasaba y llegaba el despertar, y ahí estaba: ¡el disfraz de Rambo que había pedido! ¡Y con cuchillo y todo! Y ese día no veía la hora de salir a la vereda, para preguntarle a Juanchi, a Luciano, a Celeste o a Gabriela, qué les habían traído los Reyes. Y si se daba el milagro, por ahí nos prestábamos un rato los juguetes.

La TV por supuesto siguió en pausa mientras yo viajaba a la infancia. El pastor siguió hablando e invitando a las almas agobiadas a que pasen por la Conferencia.( que sería como una misa, pero con nombre más marketinero)
Yo seguí mirando la sandalia de mi sobrinita y la comparé con el tamaño de mi pie. Pensar que yo alguna vez tuve el pie así chiquito - pensé. Pie pequeño, ilusiones grandes, creer que todo es posible... y hoy un pie tan grande, pero cómo cuesta soñar, tener ilusiones...
El niño que fui está en alguna parte de mí y en esta noche silenciosa de verano quiso salir a jugar, al ver la sandalia ahí en el piso. Me dijo al oído que quiere poner el pasto y el agua para los Reyes, y luego irse a acostar, con la voz de su madre cantando hasta cansarse que Llegaron ya, los reyes eran tres, y que todos los regalos le traerán, para jugar mañana al despertar.
Ya nada es lo que era, pero en un momento quise creer en la magia y estuve a punto de poner mi zapato allí, al costado del pesebre y junto a la sandalia.
Ya nada es lo que era, pero me voy a dormir con un poco más de ilusión, recordando esas noches mágicas donde fui feliz; muy, muy feliz.
Chau. Hasta mañana... Y que sueñes con los angelitos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Martin, me gusto tu ultimo articulo, me trajo a la memoria tantos recuerdos, cuanta inocencia, q buenos momentos pasamos en la infancia! Ojala podamos mantener dentro nuestro aunque sea un poquito de todo lo lindo q vivimos, para transmitirlo a los q nos siguen y para q cuando las penas nos ahoguen tengamos en estos recuerdos un alivio.

Anónimo dijo...

ayy Martín, siempre tan lindo lo que escribis. que recuerdos, que lindo :)
una lagrima corrio por mi mejilla no lo niego!
gracias por la calidad de tus textos!
un abrazo y buen año 2009 para vos y los tuyos!

Caro!
carolinamozzone@hotmail.com