De chico,
cuando iba a catequesis, siempre me preguntaba si Dios se seguía manifestando en
la actualidad, tal como sucedía en los textos de la Biblia.

“¿Quién
puede dudar de la existencia de Dios con semejante hermosura de paisaje?” – diría
alguien durante algún viaje realizado. Si Dios había creado todo eso, no hacía
falta cuestionar nada más. La creación
es el mejor mensaje de las maravillas que hizo y que puede hacer.
Más
adelante, comprendí que Dios se manifiesta en todo lo que vivimos cada día. Y
sólo llegamos a comprender las cosas, cuando el tiempo pasa, cuando nos
detenemos a pensar en todo lo vivido. Cada dolorosa o hermosa experiencia, está
allí para que sepamos ver y aprender algo.
Dios está presente también en
cada persona que encontramos en el camino y con las cuales compartimos el tiempo.
Ellos son nuestro prójimo. Comprender esto, me hizo ver más allá de todo y
saber que cada persona está en mi vida por algo y que también, desaparece por
algo. Ya no tenía que esperar que me
suceda como en la Biblia ,
que me hable una voz desde el cielo, porque Dios me hablaba todos los días a
través de todas ellas.
¿Dónde está Dios? – nos
preguntamos muchas veces. En los ojos del que sufre. Sí. Pero también en los
ojos del que ríe y del que sueña.
Para verlo o sentirlo hay
que alimentar cada día nuestra fe; preparar y poner el corazón, abrir los ojos
de la mente, aceptar y creer.
Mientras escribo esto recuerdo
algo que me pasó una noche: toda la vida había querido ver una estrella fugaz y
jamás lo había logrado. La estrella
llegó, por fin, una noche que estaba muy angustiado y había decidido salir a
caminar.
Dios se
revela a sí mismo con gestos y palabras. Depende de nosotros querer verlo y
escucharlo. Depende también de que decidamos, con firmeza, ir a su encuentro.
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Mi columna "Enfoque Joven". Periódico Diálogo. Nº 237. Marzo 2015.
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