En realidad al título
debería haberlo puesto entre signos de pregunta (¿?), pero elijo que sea así,
una afirmación que no da lugar a la duda.
No sé bien porqué, pero es
una realidad: solemos centrarnos en lo malo que tiene la vida, como si ser
optimistas fuera algo imposible o “desubicado”. Deberíamos darnos cuenta de que
lo esencial del Evangelio y del mensaje de Jesús es la alegría. Pero no una
alegría así nomás, porque sí, superficial, sino la alegría de la Salvación. No
podemos mirar para otro lado como si no hubiéramos entendido este mensaje. La Buena Noticia que nos trajo
Jesús con su persona y sus palabras de Vida, no pueden pasar por nuestros oídos
sin sembrarse y germinar en nuestro corazón.
De chico me costó mucho
entender esta parte de la religión y ver unidas dos palabras como religión y
alegría: ¡estaban tan lejanas siempre! Hablar con los amigos y nombrar la Biblia , ya daba a entender
algo antiguo, aburrido y caduco.
Hoy redescubro y reafirmo -luego
de tanto camino recorrido y de tantos planteos- que lo esencial del ser
cristiano es la alegría. Y no hay duda sobre esto. Debemos saber reconocerla,
vivirla y transmitirlas a los demás, en un mundo donde estamos tan pobres de
alegría, además de tantas otras nuevas pobrezas.
Cuando el Papa Francisco
habló sobre la cara de los cristianos, diciendo que algunos tienen “cara de
pepinos en vinagre”, me pareció genial: ¡por fin se hablaba sobre esto! Algo
pasó en todos estos años para que no se nos note la alegría del Evangelio y que
no la logremos promover en los niños y en los más jóvenes.
No propongo negar la
realidad, pero si tener un compromiso con la alegría y las buenas noticias como
camino hacia una vida mejor cargada de esperanza.
Y esta alegría no debe ser un maquillaje, algo
superficial. Este gozo profundo llega cuando entendemos bien el Evangelio. ¡El
mensaje de Jesús es tan simple de entender! Sólo que lo hemos complicado mucho.
Cuando sabemos ver más allá, cuando lo incorporamos a nuestra vida cotidiana,
vemos que no está nada lejano.
Hoy vivimos inmersos entre las
malas noticias que propagan los medios, pero hay algo peor aún: nosotros somos,
muchas veces, los propagadores de las malas noticias, en nuestras reuniones, en
nuestras charlas y también en nuestro compartir virtual. ¿Puede alguien
cristiano ser un propagador de malas noticias y de desesperanza?
El desafío de hoy es, a
través de nuestra andar cotidiano, contarles a todos desde nuestra fe, que
estar cerca de Dios es la mayor alegría que se puede sentir en el corazón.
Pienso en las bienaventuranzas…
todas comienzan con la palabra “FELICES”. Felices (bienaventurados) los felices de
corazón. Felices los que llevan las buenas noticias… me permito pensar.
Si somos cristianos no hay
vuelta que darle: debemos transmitir alegría y ser los propagadores de la Buena Noticia de Jesús y de las
buenas noticias de hoy.
Ser cristianos es ser
felices, con uno mismo primero, para luego poder llevar luz a los demás.
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