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Estaba radiante, con esa luz que emanan los rostros de aquellas personas que se atreven a cumplir sus sueños. El sol de la tarde fría entraba por la ventana e inundaba toda la casa. Las servilletas eran de margaritas y a mi me encantaron porque me hacen acordar mucho a la primavera.
Hablamos de muchas cosas lindas, de lo que sentimos al escribir con el alma, de los nervios que sentimos cuando empezamos a compartirlo con los demás.
- ¡Me encanta soñar! - me dijo.
- Los sueños son la brújula del corazón - le dije.
Nos despedimos llenos de alegría por lo compartido. Yo me alejé lleno de esperanza con mis 34 años y ella me saludó enérgicamente con sus brillantes 86.