El día transcurría como siempre, como quien diría, normal, sin sorpresas ni sobresaltos. Transcurría, dije y no utilicé el pasado, trancurrió. Porque tuve un llamado telefónico a eso de las 18.30, que me invitaba a visitar a una persona, que está en cama desde hace tres meses por un problema de salud.
Dije que sí. No dudé pero si pensé: voy a llegar más tarde al gimnasio o prefiero tomar mates en mi casa y mirar tele. Pero salí. Caminé unas cuadras hasta la casa, toqué el timbre, saludé, charlamos. En fin: una visita a alguien que está enfermo, postrado en una cama, con un problema de salud o como prefieran llamarle.
Charlamos un poco de todo. Cuando me despedí, le dije, Que te mejores, fuerza, a lo que me contestó, Muchas gracias, Ahora, con tu visita, seguro me voy a sentir mejor.
Me fui pensando en esa respuesta y me sentí ¡tan bien! ¡Con qué poco, podemos hacer mucho! Por los demás y también por mí. Me tomó uno cuarenta minutos, esto, que fue lo más lindo de mi día.
Los seres humanos somos muy entrenados en el deporte de hacer el mal pero ¡qué poco tiempo le dedicamos a hacer el bien! ¿no? ... y es ¡tan simple! Ponernos un poquito en el lugar del otro, dejar de mirarnos el ombligo por un rato y saber que hay alguien ahí afuera, esperándonos.
"No tengo tiempo": es sólo una excusa, barata. La realidad es que no nos hacemos el tiempo para dedicarnos a lo que nos hace bien. Nuestros sentimientos se van quedando adormecidos para dar paso sólo a nuestros intereses individuales. Buscamos lo que nos arroje un resultado, todo aquello que tenga un fin y si es material mejor, porque así sólo vale la pena. ¡Qué pena me da esto!
No hace falta ser un santo y ni siquiera la mejor persona para hacer el bien. Es fácil, sencillo. Vos podés, yo puedo, TODOS podemos. Y hace bien.
Hacer el bien hace bien. Yo lo recomiendo. ¡Llame ya!
Dije que sí. No dudé pero si pensé: voy a llegar más tarde al gimnasio o prefiero tomar mates en mi casa y mirar tele. Pero salí. Caminé unas cuadras hasta la casa, toqué el timbre, saludé, charlamos. En fin: una visita a alguien que está enfermo, postrado en una cama, con un problema de salud o como prefieran llamarle.
Charlamos un poco de todo. Cuando me despedí, le dije, Que te mejores, fuerza, a lo que me contestó, Muchas gracias, Ahora, con tu visita, seguro me voy a sentir mejor.
Me fui pensando en esa respuesta y me sentí ¡tan bien! ¡Con qué poco, podemos hacer mucho! Por los demás y también por mí. Me tomó uno cuarenta minutos, esto, que fue lo más lindo de mi día.
Los seres humanos somos muy entrenados en el deporte de hacer el mal pero ¡qué poco tiempo le dedicamos a hacer el bien! ¿no? ... y es ¡tan simple! Ponernos un poquito en el lugar del otro, dejar de mirarnos el ombligo por un rato y saber que hay alguien ahí afuera, esperándonos.
"No tengo tiempo": es sólo una excusa, barata. La realidad es que no nos hacemos el tiempo para dedicarnos a lo que nos hace bien. Nuestros sentimientos se van quedando adormecidos para dar paso sólo a nuestros intereses individuales. Buscamos lo que nos arroje un resultado, todo aquello que tenga un fin y si es material mejor, porque así sólo vale la pena. ¡Qué pena me da esto!
No hace falta ser un santo y ni siquiera la mejor persona para hacer el bien. Es fácil, sencillo. Vos podés, yo puedo, TODOS podemos. Y hace bien.
Hacer el bien hace bien. Yo lo recomiendo. ¡Llame ya!